Ambientación
El reformatorio está ubicado en un pueblo donde los internos vienen de muchas partes de Japón e incluso de otros países. El reformatorio lleva poco tiempo abierto pero con las buenas propagandas y saber que Gin es el dueño muchas personas no se negaron. Niños ricos, niños pobres niños de todas las clases, se encuentran en este reformatorio. Hay que mencionar que el reformatorio tiene una gran vigilancia para evitar que los jóvenes internos se escapen. La entrada como tanto los patios Todo el perímetro de la propiedad está vallado y electrizado, quien se acerca a ella recibirá una descarga de catorce mil voltios. El bosque no está lejos del reformatorio pero no muy cerca. El motivo por el que no está cerca es para poder ver a los internos cuando se escapen y no perderlos entre las ramas de los árboles como también tener una amplia mirada por si los Renegados intentan entrar. Cuando el reformatorio se abrió las instalaciones no eran muy buenas, pero con el tiempo se han ido arreglando para evitar que algún interno resulte herido por las malas condiciones del lugar. Sin embargo, no has venido a un hotel de cinco estrellas por tus actos, sino a reformarte pero desconociendo que seras el alimento de los vampiros que se encuentran dirigiendo el reformatorio el cual es su refugio y los reclusos su comida. Lo primero al entrar en este lugar veras cuervos volando alrededor del edificio y algunos estarán observándote desde el techo. Sí, lo primero es que te entrara es grima al ver aquello, al ver que el lugar parece estar sacado de una película de terror pero no tardarás en darte cuenta que aquellos cuervos tienen un dueño y es de un viejo jardinero que siempre ha estado en el reformatorio. En el interior del reformatorio veras que todo está en orden o eso se intenta, habrá algunos vigilantes y siempre te toparas con unos de ellos, muchos de ellos no son tan amigables y será mejor que no les molestes si no quieres pasar un par de días en la sala de castigo o que drenen tu sangre por completo. En cuanto a los cuidadores estos son más amables pero no todos porque siempre intentaran mantener la mano dura ya que corren el riesgo de que muchos de los internos le tomen el pelo. En cuanto a las habitaciones estas son compartidas por cuatro personas del mismo sexo. No son muy grandes y las camas son de literas para poder aprovechar todo el espacio posible. No hay televisión, es más la única televisión del lugar se encuentra en la Sala de Entretenimiento. Y como sabrán está totalmente prohibido estar en los dormitorios del sexo contrario. Las ventanas nunca están abiertas y suele cubrirlas unas cortinas gruesas de color negro y rojo para impedir que los rayos del sol entren al lugar y unas de las otras normas es que está prohibido abrir las ventanas e incluso retirar a un lado las cortinas. Hay un toque de queda y es a las 10:00 de la noche, quien este fuera de su dormitorio a esa hora, castigo va para esa persona, así que más vale no hacerlo o si lo haces intentar que no te pillen. Pero resultara algo imposible ya que en todo el reformatorio hay cámaras de vigilancias y en el único lugar en donde no hay cámaras es en los baños y duchas..

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Mensaje por Mischa Rochester Jue 27 Dic 2018 - 2:14

Mischa Rochester
Edad: 220 años, aunque conserva la apariencia de una mujer joven en sus veintes.
Nacimiento: 20 de enero de 1798.
Raza: Vampiro.
Ocupación: Artista callejero.
Sexo: Femenino.
Orientación: Homosexual.
Nacionalidad: Británica.
Clan: Renegado.
Personalidad
Supongo que soy exactamente como cualquier otro inmortal. He vivido mucho, aprendido tanto... y perdido mucho más. Pero no puedo hacer nada para solventarlo y, poco a poco, intento reponerme de todo lo que he dejado atrás. Hay días buenos... otros no tanto, y unos cuantos son horribles, pero da lo mismo. Mi existencia continúa y yo sigo en pie, no sé si avanzando, pero de pie al final.

Todos los días pongo una sonrisa en mi rostro, trato a mis colegas con todo el respeto que puedo, aunque también soy muy bromista y en ocasiones me han llamado confianzuda... no lo soy, para nada, solo me tomo libertades que otros no. Una sinvergüenza, quizás... pero para ser una confianzuda, yo tendría que abrirme con todos y la verdad es que soy muy reservada con mi historia.

Me gusta que la jefa reconozca mi valor y me estime... supongo que es en parte una necesidad... Tengo problemas con la autoridad, pero solo cuando noto algún tipo de injusticia con respecto a las decisiones que se toman. Hasta el momento, mi vida se ha basado en la premisa de "sobrevive el más fuerte" y no solo hablamos de fuerza física, ni mental, sino emocional por lo que, no importa cuanta mierda este hecha por dentro, intentaré ser lo más fuerte que pueda.

Soy una adicta, es momento de que lo vaya aceptando. En ocasiones lo he intentado dejar, pero siempre vuelvo a recaer. A veces los lapsos en los que logro permanecer desenganchada son más prolongados que otros, pero no consigo mantenerme limpia por mucho tiempo. Es estúpido pensarlo así... Si no bebo, me muero y si comienzo a beber, no puedo parar. Pero peor a arrancarle la garganta a un cabrón a mitad de la noche, es no hacerlo... Cuando no bebo, me siento mal; sufro de temblores, ansiedad y me vuelvo la criatura más irritable que conozco. Supongo que es parecido a lo que los humanos sufren con las drogas, pero no soy como ellos. No soy ese tipo de basura.

Me gusta la lectura, pero no puedo decir que devoro libros a montones. Sin embargo, la gran mayoría de los que tengo los he... tomado prestados. Me gusta más la creación, pero como nunca fui la mejor estudiante, no puedo escribir ni siquiera cuentos cortos infantiles. Prefiero la pintura; me es más satisfactorio llenarme los dedos de óleo antes que pasar una tarde como estúpida frente a una máquina de escribir.


Historia
Escuché por ahí que hablar de lo que nos duele, al final puede ayudar a liberar un poco el nudo que llevamos en el pecho. Holgarlo un poco, para que no nos termine por asfixiar tanto, y aunque esto lo he escuchado de algún fulano de la radio... eso que dicen acerca de la psicología y no sé qué... pues, le daré una oportunidad.

Y te he escogido a ti, porque estás demasiado ebrio como para que te importe escuchar los sinsentidos de una pobre mujer como yo, ¿Verdad?

Eso, así me gusta. No necesitas decir nada, compañero... solo asiente con la cabeza de vez en cuando para que crea que me estas escuchando. Anda pues, tómate otra copa... eso, vaquero.

Eres incorregible, ¿Verdad? Pero vale, que si no empiezo ahora, nunca lo haré...

Vamos a ver, ¿Qué puedo contarte? ¿Eh? ¿Lo primero que se me venga a la mente? Heh, ya suenas como todo un profesional de la salud mental... Pero está bien, te daré el gusto.



Lo recuerdo igual que hubiera sido ayer.

Todavía lo veo dirigiéndose lentamente hacia mí, siguiéndole detrás de sí aquellos chiquillos idiotas y llenos de moco. Era larguirucho, pero macizo, del color de la nuez. Con las manos ásperas, cargadas de cicatrices, igual que sus rodillas raspadas y ennegrecidas por la tierra y el polvo. Sus uñas siempre estaban sucias y recomidas, pues siempre tuvo la fea manía de morderse los dedos hasta hacerlos sangrar. Tenía el cabello casi a los hombros, negro y grasoso. Otra vez le veo escudriñarme con la mirada, sin dejar de sonreír con ese gesto malicioso antes de que empiece a entonar de golpe esa vieja y maldita tonada que escuché por tantos años:

"Mischa, la malparida."

Después de eso ya estoy en el suelo; con la espalda llena de tierra, un mal sabor de boca y un terrible dolor, ardor, en la barriga. En aquel momento, suponía que ese dolor se debía al miedo. Temía que Billy lanzara esa maldita orden a sus amigos descerebrados, y ellos, como perritos bien entrenados, se lanzaran sobre mí para patearme las piernas o jalarme del cabello. Yo no me defendía, no podía hacerlo, solo era un ovillo en el suelo tierroso e intentaba cubrirme, a como pudiera, del ataque. Pero ahora que ya crecí, ahora que entiendo un poco más de la vida y he cogido experiencia con mis años, puedo decir que lo único que sentía en ese preciso momento en el que Billy me miraba con los brazos cruzados sobre el pecho, eran unas ganas irrefrenables por reventarle la nariz.

Aquella tarde no me molieron a golpes. De hecho salieron corriendo como cucarachas cuando uno de los otros niños, creo que se trataba de Noah, aunque no lo vi por obvias razones, graznara una advertencia para replegarse. Alguien venía o eso se suponía.

No supe si me habían dejaron sola o no. Temía que si me descubría la cara, terminara con un golpe justo entre las cejas o algo peor; ya lo habían hecho antes, y no había sido gracioso. Pero no escuché nada, y tampoco sentí más golpes después del aviso. Quizás ni siquiera venía nadie, o tal vez no me vieron ahí tirada entre la hierba. A los nueve años, yo era una niña escuálida, de piel blanca como el papel. No era una piel blanca bonita, no, era pálida, y parecía que siempre estaba enferma. Tampoco me ayudaba con el sol, por lo que siempre terminaba con quemaduras por el astro rey. Mareada cada que se me hacía un encargo y tenía que caminar debajo de los rayos del sol por más de media hora.

Ahí estaba yo, tirada en medio del terreno detrás de la capilla; sola. Y de pronto la escuché. Una voz angelical, suave y cargada de algo que no identifiqué sino muchos, muchos años después, me llamó. Sentí su cálido tacto sobre mi cabeza, entre mis cabellos claros, enlodados, y levanté la mirada inundada en lágrimas. Me limpié los ojos enrojecidos por el llanto para ver a mi rescatadora. De grandes ojos de un intenso color verde esmeralda y una piel clara, acariciada por los rayos del sol. Sus pómulos eran pronunciados y sus mejillas eran naturalmente sonrosadas. Su cabello estaba cubierto por un hábito y de su cuello colgaba una cruz de madera. Olía a pino, manzana y a canela y no pude sino recordar a los mismísimos querubines de las imágenes del templo.

Esa fue la primera vez que me encontré con la hermana Eleanor.

Ella no era como el resto de monjas. Las madres del orfanato eran viejas, con el rostro ajado y las manos llenas de manchas y arrugas; de miradas severas y voces roncas. No había día en el que yo y el resto de niños en el orfanato no fuéramos reprendidos por alguna de ellas. No era extraño que de pronto una de ellas llegara con alguien, le tomara de la oreja y llevara a la habitación contigua para "enseñarle una lección". Incluso más que educarnos, parecía que nos usaban como receptáculos de todas y cada una de sus frustraciones. Lamentablemente, lo viejas no les quitaba lo imaginativas; siempre había una forma nueva de castigarnos de manera física o emocional. Recuerdo los golpes en las pantorrillas con el bastón de la Madre Roma esos eran los más normales, pero de lejos eran los peores.

No es de sorprenderse que el resto de huérfanos continuaran con la cadena de violencia después de todo lo que nos hacían en ese lugar, y lo que nosotros hacíamos por ellas. Sin embargo, por mucho que lo racionalice, no puedo dejar de sentir la misma rabia y frustración como el primer día.

Billy y sus amigos me golpeaban e insultaban porque sería estúpido siquiera pensar en mirar de mala gana a la Madre Roma. Con solo respirar demasiado fuerte en su dirección te hacía acreedor de, al menos, una carga de labores extra, 20 azotes con su bastón y, si no se había molestado tanto, una noche sin cenar. Y por muy idiotas que fueran, ninguno era lo suficientemente estúpido para levantar un dedo en contra de esa senil... así que dirigían su agresividad a la persona que menos se defendía... a la extraña del rebaño. A la ovejita blanca, pequeña... y bastarda.

No obstante, la llegada de la hermana Eleanor hizo que todo se volviera menos doloroso. Para mí, al menos.

Quizás fuera por su linaje y familia, o quizás porque que era mucho más joven que el resto de madres y hermanas, pero era tan diferente a las monjas que ya conocía que... en ciderto aspecto, me atemorizaba. Era gentil, sumamente gentil y amable. Aún recuerdo sus manos limpiándome las heridas de las palmas después que la Madre Roma se encargara de "darme una lección" para que no volviera a robar manzanas del huerto vecino. Claramente yo no figuraba de ninguna forma en eso, pero... daba lo mismo para esa mujer. Si más de tres chicos señalaban a alguien, ese alguien era azotado y puesto en su lugar.

La hermana Eleanor fue mi isla durante mi niñez. La tabla a la cual me aferré con uñas y dientes para mantenerme a flote y no hundirme un mar de desesperación e incertidumbre. Sin ella, probablemente habría terminado huyendo del orfanato como el resto de mis compañeros y compañeras. Me habría vuelto una ladronzuela, o algo peor en las calles de la ciudad como mi madre... o lo que dicen que ella fue.

Las monjas eran igual de chismosas que las mujeres del mercado, y los chicos demasiado crueles. No había un solo día en el que no me llamaran bastarda o malparida, y un sin fin de insultos más que ni siquiera me desgastaré en recordar. Y cada vez que yo quería decir algo, sentía un nudo en la garganta, me mordía la lengua y ponía la otra mejilla. Eso es lo que debía hacer, ¿No?

No fue hasta la llegada de Eleanor que descubrí la valentía. Y, he de decir, que es de los mejores descubrimientos de mi existencia... no como otros. Mi procedencia, por ejemplo. Vamos, una cosa es que tus compañeros te digan que eres hija de una ramera, pero algo muy distinto es que uno de ellos mismos llegue frente a ti con el rostro más pálido que un fantasma y te diga que eres hija de un Conde. Y después de dudarlo, de negarlo, de considerarlo... reuní el coraje necesario para investigar.

En un principio, fue algo refrescante. Mi vida tenía otro propósito más allá del trabajo, tenía una familia... una familia viva y andante, y cuando cumplí los dieciséis años me decidí a ir a buscarles. Ese, fue el error más grande que llegué a cometer. No obtuve respuestas a mis preguntas, ni siquiera obtuve más que una mirada y un gesto con la mano cargado de desdén cuando me encontré con Nathaniel Lecter. Mi padre.

Solo bastó un rechazo para que me diera cuenta que verdaderamente no le importaba ni siquiera un saco de alpiste. Al menos no después de su última mirada y sus palabras tan duras y frías como un glaciar. Ni siquiera parecía haber una pizca de remordimiento en su voz. Y en ese momento supe que tenía que acatar sus palabras. Tenía que coger mis pocas pertenencias y largarme de la vía pública... de la tierra si era preciso, porque si me encontraba, no dudaría en abrirme la garganta con su propia espada.

Ni siquiera recuerdo cómo logré contener las lágrimas, pero erguí la espalda, y con las manos hechas puño y la cabeza bien en alto, me di media vuelta para no volver jamás.

No logro recordar una mayor traición que esa, realmente. Siquiera tuve oportunidad de mirarlo de frente, o implorar por que me dejara ver a mis hermanos al menos una vez.

Abatida por la rabia y la pena, me largué de ahí... no solo de su hogar, ni sus tierras... me largué de la ciudad y no miré atrás. Tenía que huir de ahí, y desaparecer de la faz de la tierra si era posible. Aún desconozco la razón por la que no me mató ahí mismo, pero no tenía intención de averiguar de qué más era capaz ese hombre; suficiente tenía con las historias de terror que había escuchado anteriormente. Vale, sí... escuché algunas cuantas leyendas e historias de mercado, pero realmente no esperé que fueran realidad, y si lo eran, esperaba que su corazón se compadeciera lo suficiente como para aceptarme en su vida. Claramente no fue así.

No solo abandoné la ciudad, sus calles y su gente. Abandoné a Eleanor. Aún es fecha que me arrepiento de ello. Todo habría sido diferente si tan solo me hubiera quedado con ella, si en lugar de huir como una cobarde, me hubiera quedado a su lado.

Dos años después me asenté en Galés. Fue un trayecto algo... y difícil. En realidad no puedo decir que fuera terrible. Estaba acostumbrada a trabajar mucho y ganar poco, o nada... No pasaba penurias, porque ya las había sufrido en carne propia, y por ello no resentía el cambio de aires más allá de lo evidente. Las largas jornadas laborales mantenían mi cabeza ocupada, y solo era por las noches cuando los recuerdos y la culpa comenzaban a golpearme mucho más fuerte que Billy y Noah, mucho más fuerte que el bastón de la Madre Roma contra mis palmas o pantorrillas... Era un dolor asfixiante, abrasador.

Un dolor que no se apaciguaba con un poco de agua
y palabras bonitas.

Pasaron los meses, y con el tiempo cambié de oficio en oficio. Sufría transformaciones constantes, pero nunca fue algo demasiado elaborado; no tenía demasiados estudios más allá de lo básico. Lo indispensable que las madres me enseñaron y poco más que Eleanore me pudo mostrar. a extrañaba, la extrañaba demasiado y, poco antes de conocerla, pensé en volver inmediatamente a mi ciudad natal. No me importaban las consecuencias que mis actos pudieran tener. Si ver a Eleanore una vez más me costaba la vida, solo deseaba tener el tiempo suficiente para darle un abrazo más largo al que estaba acostumbrada a darle.

Al haber sido criada en un orfanato llevado por monjas, crecí escuchando todo acerca de estas criaturas malévolas que acechan en la oscuridad. Confieso que de niña creí en todo lo que escuchaba. No es ningún secreto que en mi vida existieron seres maravillosos que  colaboraron a convertirme en lo que soy ahora; como ya había dicho antes, Eleanore tuvo una gran influencia sobre mí durante mi niñez tardía y pubertad. Anteriormente mencioné que ella me demostró la importancia de la valentía, de la toma de decisiones y, sobretodo, de la importancia de la desobediencia y el escepticismo. Sí, era una sierva de Dios, pero no confiaba de manera ciega en los seres humanos; ni siquiera en los sacerdotes o las Madrecitas que estuvieran sobre ella y no e tragaba una sola historia acerca de los demonios. Para ella, estos demonios no eran más que los pensamientos más perversos del propio ser humano, mientras que Dios y los Ángeles eran la representación más pura de la bondad de las personas. Y yo lo creí por mucho, mucho tiempo. Eleanore me enseñó a dejar de temer en el ser humano... pero Angelique me demostró la existencia de cosas peores. Cosas a las cuales temer.

La conocí por las calles de Aberystwyth, en Galés. Vale, no la conocí ahí... pero fue en ese sitio donde casi me mata.

Angelique nunca tuvo un gran respeto por la vida humana. Reconocía que los humanos son necesarios para el funcionamiento del mundo como lo conocemos, pero nada más; para ella, los humanos eran iguales a los bueyes que tiran de la yunta, o a los caballos que jalan de las carretas y carruajes.

Me aterraba la forma en que Aquelique miraba al mundo en su momento; ¡Incluso poco después de haberme transformado! Pero no voy a adelantarme más, que las historias están para saborearse poco a poco. Y si comenzara a saltar evento tras evento justo ahora, no se entendería mucho más.

La señorita Angelique era una mujer de alta cuna, yo una campesina que daba un paseo demasiado cerca de su zona de caza. No fue mi culpa lo que sucedió, ni la suya tampoco. Solo fue un evento bastante desafortunado, aunque ella nunca lo vio así. Bebió de mí hasta que perdí el conocimiento, y cuando logré ponerme en pie ya habían pasado un par de días. Desorientada, me levanté y volví tambaleante hasta la pequeña habitación que rentaba sobre la taberna del Ojo del Tuerto. Lo sé, lo sé, es un nombre bastante gracioso, ¿No es cierto? Ahora yo también lo creo.

Para cuando recuperé las fuerzas, ya tenía que encontrar otro trabajo. Le había pedido un par de días al rentero para poderle pagar, y si no conseguía el dinero a la brevedad, seguro que me sacaba a patadas de ahí. Y que te saquen a patadas de una taberna no es nada divertido, menos cuando eres una mujer. El caso, encontré un empleo en una pequeña tienda de sombreros, a pesar que aún me sentía muy debilitada por lo sucedido y días después, cuando menos lo esperé, ahí estaba de nuevo; Angelique. Al principio no la reconocí. Verás, es difícil recopilar los rasgos de una persona cuando te toma por sorpresa a mitad de la noche, con poca luz y sin contar que realmente yo no había registrado aquello como el ataque de una criatura humanoide, sino como algún desafortunado encuentro con algún perro descontrolado o algo así.

Sin embargo, recuerdo que cuando vi a Angelique afuera de la tienda, con su hermoso vestido color marfil y cabellos burdeos, pensé que se trataba de la criatura más hermosa que hubieran visto mis ojos. Llamó mi atención, me saludó y preguntó por uno de los sombreros del aparador. Yo estaba por irme, era parte de mi trabajo dejar todo en orden y cerrar a cal y canto al ocaso; pero Angelique siempre ha sido muy... insistente. No recuerdo exactamente cómo terminó dentro de la tienda, probándose distintos sombreros y gorros terminados y otros más por terminar mientras yo intentaba ser lo más políticamente correcta para que no me despidieran. Y no, que Angelique estuviera justo en mi tienda, hablando conmigo de todo y a la vez nada no era algo al azar. Nunca hay algo al azar con esa mujer. Ella necesitaba cerciorarse que yo no la reconociera, pues tener a una humana por ahí con el conocimiento de los vampiros era algo... terrible, por decir poco. Logré que se marchara después de un largo rato, con la promesa de verla la noche siguiente, con otro maravilloso sombrero. Ahora no me tomaría por sorpresa, y pude pedirle a la dueña que me dejara estar más tiempo en la tienda para recibir a una clienta que estuvo interesada en uno de los trabajos.

Y así sucedió, Angelique me visitaba casi todas las tardes, cuando el sol se ocultaba. Al principio creí que era por ser la hora a la cual se desocupaba de su apretada agenda, pero tiempo después... las cosas comenzaron a cambiar.

Me invitaba a salir, a comer, me compraba sombreros, zapatos y vestidos. Me encandiló, me engatusó con sus gestos, sus palabras y promesas. Quien nos viera no podría decir que hubiera algo más allá de una amistad cercana, pero cuando estábamos solas...

Angelique me enseñó que existen cosas mucho más terroríficas que las tardes en el terreno detrás de la catedral de Rochester, más que la Madre Roma y su bastón, más que la gélida y amenazadora mirada de Nathaniel Lecter... Angelique me demostró en carne propia lo que Eleanore me había contado tantas veces; me enseñó fantasmas, demonios terroríficos que vivían en mi interior y que yo nunca había reparado en ellos.

Me arrastró a la oscuridad, y yo ni siquiera supe cómo oponer resistencia a sus encantos. Sus caricias me erizaban la piel y hacían latir mi corazón de manera desenfrenada, sus besos me arrancaban el aliento y su presencia se llevaba toda mi tranquilidad en un abrir y cerrar de ojos. No podía evitarlo, Angelique era como una tormenta impredecible, poderosa... arrasaba con todo lo que tenía para ofrecer y me arrancaba todo aquello que no sabía que tenía.

Una noche, Angelique decidió quitarme lo poco que me quedaba.

Me contó todo, su naturaleza, su estilo de vida y origen... me confesó sus sentimientos hacia mí. Me quería, quería protegerme y estar juntas para siempre. Ella y yo.

Al principio creí que se trataba de una broma, pero pronto me dí cuenta que era alto totalmente cierto. No podía corresponderle, no estaba lista para todo eso... ni siquiera estaba lista para aceptar su amor como mujer, ¿Y quería que aceptara su naturaleza como una vampiro? Entré en pánico. Corrí a la puerta y la quise abrir, pero Angelique no dejó que me marchara.

Pasé los siguientes días llorando en aquella habitación hasta que me quedé sin lágrimas que derramar. Le pedí que me liberase, intenté llegar a un acuerdo o algo... pero Angelique no entendía de razones. Dentro de su cabeza, todo lo que había hecho lo hacía por mí y por el gran amor que me tenía. Pero me negué a creerle. Me negué a comer y beber todo lo que me llevaban... Si no iba a salir nunca de ahí, si iba a estar encerrada allí por siempre, entonces tampoco quería vivir, no así.

Angelique me dejó ir tiempo después. Supuse que se hartó de mi comportamiento, pero me parecía extraño que una tarde me dejase ir sin decir nada, ¿No le importaba que me llevara todos sus secretos así como así? No lo sé, pero... pero lo primero que hice al momento de posar un pie fuera de mi jaula de oro, fue correr a una de las tabernas locales y beberme el alma botella tras botella durante varios días.

Tengo vagos recuerdos de aquella noche. La mayoría son borrones que no logro recordar, lagunas pequeñas, pero numerosas. Aunque me parece que en algún punto, algún sujeto se quiso sobrepasar conmigo y al siguiente, quería clavarme la hoja de su navaja en la garganta. Pero no consiguió nada de mí, pues antes de consumar sus amenazas una mano extraña detuvo su hoja y puso fin con los balbuceos estúpidos de ese hombre... me desmayé al momento de escuchar un griterío estrepitoso, pero no recuerdo mucho más.

Desperté en una amplia cama, con sábanas familiares. Tras un rápido vistazo, reconocí la habitación que tantas veces había compartido con Angelique. Su casa era tan grande y espaciosa, que realmente dudaba que fuera su habitación en primer lugar y cuando volví la mirada a la esquina de la habitación, ahí estaba... con su hermoso vestido color marfil. Enfadada y asustada, no quise siquiera dirigirle la mirada aún y cuando ésta me hablaba. Intentó charlar conmigo, pero yo estaba tan ofuscada que solo quería taparme y dormir. La vampiro se fue y pronto llegaron sus sirvientes, éstos me cuidaron, alimentaron y me confesaron que había sido Angelique quien me salvó el pellejo la noche anterior. Y en un extraño gesto de agradecimiento, mezclado con sentimientos amargos, decidí darle una segunda oportunidad.

Esta vez, Angelique decidió ir más despacio.

Los días y noches pasaban, y las dos compartíamos palabras y secretos. Angelique me contaba historias fantásticas de sus viajes, de personas y eventos que en mi vida hubiera pensado que pudieran ocurrir. Y Angelique, volvió a enamorarme.

Pasaron los días y la vampiro simplemente me liberó, pero ahora yo no quería irme... ella, alegre por mi respuesta, besó mi rostro con energía. Puede que ella fuera la más vieja de las dos, pero en esos momentos, parecía comportarse como una jovencita.

Los meses se convirtieron en años... ya no había vida para mí fuera de aquella gran casa, con todos sus inquilinos y la propia Angelique, y yo no me preocupaba por nada más, realmente... solo, de vez en cuando, cuando Angelique se marchaba a quién sabe donde, to me daba una escapada por el centro de la ciudad... sin embargo, aquella noche me apeteció infinitamente el beber... Llegué a la taberna de siempre, pedí una botella de vino y de pronto terminé envuelta en una redada de la que ni siquiera vi venir... de la misma forma en que no vi venir el cuchillo y, esta vez, no hubo nadie que lo parara. Salí de la taberna sosteniéndome la barriga con ambas manos. La sangre chorreaba, me manchaba las ropas y quemaba como las brasas. En su momento no entendía por qué, pero ahora puedo decir que el imbécil me clavó el cuchillo en la boca del estómago y junto la sangre, venía el jodido ácido estomacal. El dolor era tan intenso, que me desvanecí en medio de la calle. Era de madrugada, ningún alma saldría de casa sin importar nada... o eso creí.

La suerte quiso que alguien escuchara mis lamentos y pronto, en medio del dolor y la agonía, logré reconocer la voz de Angelique. Le pedí perdón, le dí las gracias y me preparé para irme a donde fuera que la gente como yo íbamos al morir. Pensé en mi madre, ¿La encontraría finalmente? Pero no morí. Angelique, entre rápidas palabras que se quebraban y atropellaban la una con la otra, me repitió las mismas palabras que anteriormente me habían aterrorizado. Ella podía salvarme de la triste muerte, ¿Estaba dispuesta a aceptar un destino de infinita vida, a cambio de la vida de otros? En mi miedo, en mi terror, dije que sí, apenas con voz. Y en un abrazo infinitamente íntimo, Angelique me abrió las venas del cuello con un beso mortífero.

Y viví... heh. Viví por años junto a Angelique. Era muy divertido, pues ahora entendía más cosas acerca de ella de lo que me había permitido en un principio. Me olvidé de mi propia tristeza, de mi melancolía y mi sentimiento de abandono... Después nos fuimos de aquella casa para recorrer Gales, y cuando cruzamos a Inglaterra... quise darle una visita a mi familia. No, no era una visita pacífica en sí... Sino que ahora podría ir a conseguir las respuestas que tanto había anhelado, mi padre sería viejo... quizás y con suerte estaría muerto y yo, con las habilidades que había desarrollado, probablemente podría conseguir aquello que mi corazón deseaba. Y aunque Angelique adoraba pasar tiempo conmigo, entendió que esto era algo que solamente podía hacer yo. Sola.

Regresé a mi ciudad natal... Y, de pronto, un recuerdo me invadió en el momento que posé mis plantas en el terreno: Eleanor.

¿Qué habría pasado con ella? ¿Seguía en el orfanato? ¿Se habría cambiado a algún convento? ¿De ciudad? ...

... ¿Eleanor habría muerto?

Estas y muchas otras preguntas me atosigaron. Bombardearon mi razón... machacando mis planes y toda tranquilidad que había logrado construir a través de los años.

Fui a buscarla apenas tuve oportunidad... pero no la encontré en el orfanato, ni en el convento y tampoco en la catedral. Busqué su nombre entre las lápidas del cementerio, y tampoco lo encontré... sentí una especie de alivio, pero la pregunta prevalecía ¿Qué había pasado con ella? Y después de buscar durante dos noches más... la encontré postrada en una cama, cansada y enferma... No era tan vieja, o al menos no lo parecía, pero no tenía muchas esperanzas de vida. Estaría pasando los cincuenta, o poco más... Ahora no suena tan vieja, pero en 1848 era una mujer con mucha suerte por llegar a esos años. Con todas esas revoluciones, y mierda que había en el mundo... Eleanore seguía tan hermosa como siempre. Su olor había cambiado un poco, pero debajo de las hojas de té y medicina, aún podía olfatear el pino, la manzana y la canela...

La miré dormir por varias noches desde el otro lado de la ventana... No podía hablarle... No me atrevía; pero a la tercera noche, me llamó...

"¿Quién eres y qué haces ahí parado? Llevas dos noches seguidas ahí de pie, y aún no me has dirigido la palabra. Confío que al menos me darás tu nombre ahora que he sido yo la primera en hablar. Pasa, criatura, yo soy la Madre Eleanore. Si eres el ángel de la muerte, puedes llevarme contigo; estoy muy cansada."

Escuchar esas palabras de sus labios... con aquella voz ronca, pero afable, me machacó el corazón.

No pude seguir alejada. Entré por la ventana después de haber sido invitada y me acerqué a ella. Cuando la luz de la vela que velaba su sueño me alumbró, sus ojos verdes se fijaron en mi figura, abriéndose como platos a causa del asombro.

"¿Mischa?"

La escuché decir. De nuevo, no sé cómo contuve las lágrimas, te dolor y alegría... Me reconoció, estaba viva... pero aún no quería acercarme demasiado, no quería manchar su alma con mi impía existencia perversa.

"Mischa, ¿Eres tú?"

Volvió a hablar, esta vez yo respondí y al hacerlo, sus ojos esmeralda derramaron tantas lágrimas como nunca me imaginé. Se sentó... había escuchado a las enfermeras que era muy difícil que lo hiciera, pues la enfermedad agotaba sus energías y hacia que todos sus huesos dolieran tanto que le impedían moverse con normalidad. Quise detenerla, no quería que se moviera demasiado, pero apenas me acerqué, ella me tomó de la mano y sus ojos se abrieron con asombro... a la vez que algo de temor.

Mischa, ¿Qué ha pasado contigo? Han pasado tantos años, pero no veo que en tu rostro haya transcurrido un solo día."

Me dijo y yo bajé la mirada. No supe qué responder... ¿Decirle la verdad? ¿Decirle en lo que me había convertido? ¿Y si me odiaba? ...¿Y si moría?

Le dije que yo estaba bien, que había estado bien... pero no le dije que estaría bien. Si ella moría..., ¿Cómo podría? Sostuve su mano contra mi rostro, era tan cálida como la recordaba, pero más regordeta, más débil y repleta de arrugas. Apreté los labios con fuerza, sosteniéndola contra mí.

Estuvimos así la mayor parte de la noche, en silencio... solo disfrutábamos de la compañía de la otra. Ella tan dichosa, y yo tan temerosa... no quería dejarla otra vez, me arrepentía infinitamente de haberlo hecho años atrás. Claro, quería a Angelique, pero... pero Eleanore... No sabía cómo expresarlo, era... diferente, supongo. Por Angelique sentía una locura y pasión desenfrenada, pero Eleanore tenía mi completa devoción y no sabía bien a lo que se debía.

"Estoy feliz, porque Dios ha escuchado mis plegarias. Ahora puedo estar tranquila."

Dijo. Yo negué con la cabeza. Reconocí el trasfondo de esa frase, y negada a dejarla ir, le di un apretón en la mano.

No me gustaba que hablara así... incluso cuando niña... cada vez que hablaba de la muerte y su inevitable final, yo me molestaba. Por ella detestaba la idea de la muerte, y sus palabras me hicieron estallar y mis palabras fluyeron a borbotones. Le dije las mismas palabras que Angelique me había dicho a mí, le ofrecí lo que Angelique me ofreció a mí... pero Eleanore solamente me miró con un gesto calmo y negó con su cabeza débilmente.

Colocó su otra mano sobre mi rostro y me acarició las mejillas con cuidado.

"Mi Mischa, ¿Qué ha hecho la vida contigo?"

"Eleanore, ¿Por qué suenas más triste por mí que por ti?"

"Porque tu vida nunca ha sido sencilla, mi amor. Y me temo, que nunca lo será. Me entristezco por eso, Mischa."

Justo en eso, le dio un ataque de tos y yo, espantada, me moví con rapidez, desdibujándome para alcanzar la jarra de agua y llenar su copa antes de tendésela. Bebió y se calmó. La ayudé a reclinarse de nuevo.

Le dije que tenía que descansar, que se recuperaría pronto si se empeñaba en ello, pero volvió a matar mis esperanzas con un movimiento de cabeza.

La vida no puede ofrecerme nada más, Mischa, y yo tampoco a ella. Rogaba a Dios que me permitiese encontrarte, aquí o en el más allá... Ahora que te he visto, puedo irme... Aunque... me hubiera gustado verte con un par de arrugas en la frente."

Bromeó, sin embargo... también sabía que aquella broma iba cargada de una dolorosa verdad. Le dolía, tanto o más que a mí... pero de una forma distinta, también.

"Mischa, quiero que tengas esto. Y no, no puedes decir que no... quiero que lo conserves contigo... ¿Vale?"

Con débiles movimientos y dedos temblorosos, se retiró la cruz de madera que llevaba al cuello... era la misma que había visto hace tantos años atrás, en nuestro primer encuentro. Negué con vehemencia, no podía aceptarla. Era su cruz, no podía aceptar un crucifijo siendo... lo que era.

Insistió, y finalmente me la colgó al cuello. Así era ella, igual de testaruda que una mula.

A ambas nos entristecía esa amarga despedida; yo me entristecía por su muerte y ella por mi vida eterna.

Expiró su último aliento mientras me cantaba una canción, poco antes del amanecer... Yo no quería irme, quería quedarme con ella por tanto tiempo pudiera; pero eso era imposible. La puerta se abrió y yo me oculté con rapidez. Escuché cosas horribles desde mi escondite... pero lo que me destrozó todo rastro de cordura, fue una confesión... Eleanore había sido envenenada... no me dí a la tarea de investigar quien fue o por qué... me los cargué a todos esa misma noche. Todos; culpables... e inocentes.

Los rayos del sol se filtraban por la ventana... me dieron de lleno en la cara. Quemaba como los mil diablos, pero no me moví de su lado. La reacomodé como si estuviera dormida, besé su frente con amargura... fui lo suficiente cuidadosa para no mancharla, y me largué de ahí.

Me encerré en el campanario de la catedral durante el día, y al anochecer volví... pero Eleanore ya no estaba. Esta vez, sí encontré su lápida en el cementerio.

Pasé las noches siguientes sentada frente a la tierra removida. Contemplaba la idea de recibir el sol cuando éste se levantara, pero mi temor a inexistencia era más grande.

Casi había olvidado la razón por la que había llegado a mi ciudad natal en primer lugar... y, con un terrible dolor en el pecho, me fui de ahí. No tenía ánimos para buscar respuestas, para escudriñar en el pasado de mi familia, de mi apellido, ni siquiera para buscar a mis hermanos... solo quería encerrarme en algún sitio a ver si me podía pudrir o no.

Cuando me encontré con Angelique, ésta se abalanzó sobre mí, me llenó de besos y regañó por haber tardado tanto tiempo. Creo que había sido una cosa de meses, pero no estaba muy segura. Estaba embotada. Perdida de alguna forma.

Las cosas se fueron en picada a partir de ese momento...

Nos separamos años después... era demasiado difícil intentar amar a alguien cuando hay otra persona que también ocupa tu corazón... más difícil aún cuando esa persona solamente es un recuerdo.

Inmersa en la pena, me descontrolé... el vino no bastaba, la droga no bastaba... así que en un arrebato, pasé todas las normas y buenas costumbres que Angelique me enseñó por la raja, y comencé a cazar de manera desmedida... era lo único que me hacía sentir mejor. El subidón de adrenalina al momento de ir detrás de una presa, el delicioso aroma y sabor, la placentera sensación de la sangre golpear mi paladar y calentar mi cuerpo...

Pero de pronto...  no podía parar. Necesitaba la sangre, necesitaba ese botón de apagado en aquello que me dolía. Ni siquiera me importaba a si la persona de la cual vivía moría o no. Solo me importaba mi propia satisfacción de manera egoísta...

Como siempre...

Me convertí en un monstruo.

¿O ya lo era?



Todo se alineó para que, cuando menos lo esperaba, encontrara la ubicación de Ademaro y Hannibal Lecter por medio de uno de mis contactos.

Tenía mis dudas si debería o no moverme... tenía mis dudas si debía o no intentar acercarme a ellos. Y el dolor en mi corazón, el dolor que llevo cargando por tantos años, me llevó derechito a Japón. Llegué acompañada de mi contacto, un muchacho adicto a la sangre... quien me llevó con su grupo, una panda de cabrones adictos a la sangre... igual que yo.

Tal parece... que nos llevaríamos bien.

Ahora la pregunta más importante, ¿Cómo serán los hermanos Lecter?


¿Eh? ¿Ya te quedaste dormido? Que mala suerte para ti... ¿Dejaste de prestarme atención cuando te confesé que solo me tiro a las tías? Una pena... Pero vale... No suelo utilizar a mi comida como terapeuta, pero el día de hoy hice una excepción. Tranquilo... estás tan alcoholizado que no te dolerá nada... Te lo digo por experiencia.


Descripción física
Si no fuera por el hecho que soy una mujer albina, podría pasar como cualquier otra mujer de mi "edad". Tengo una estatura bastante normal de metro sesenta y siete, al menos en este tiempo... Anteriormente llevaba el cabello muy largo, pero me estorbaba mucho a la hora de la caza, por lo que me lo corté bastante. Mis ojos son color carmín, no considero que sean bonitos realmente, soy de facciones finas y poco destacables a mi parecer. Para muchas personas soy linda, pero para mí... bueno considero que la belleza es diferente, y opuesta a mi propia persona.
Puedo decir que utilizo ropas cómodas, más que nada por el mismo tema que si fuera con zapatitos de tacón o pantalones ajustados, no podría pegar los saltos que doy para derribar a un hombre de dos metros. No me gusta utilizar demasiado prendas muy claras, se manchan con facilidad y no tengo el dinero para estar comprando ropa cada fin de semana... Por ello utilizo prendas oscuras y holgadas que no resalten demasiado mi figura ni se apriete a mi cuerpo en los lugares que no me apetece.
Sé que con la producción requerida podría pasar como una chica decente, pero no me interesa impresionar a nadie... al menos no de esa manera.


Información extra

Gustos:
-Me gusta la cacería y todo lo que esta conlleva.
-La sangre, joder es mi jodido vicio.
-El arte, tanto admirarlo como crearlo. Tengo dotes artísticos para los dibujos a carbón y los óleos, actualmente mis camaradas me enseñan a utilizar la pintura en lata, pero creo que a las patrullas no les encanta nuestra forma de expresión. Todos son unos críticos.
-Me gustan los dulces, el café, el alcohol y el tabaco... Sí, todo lo adictivo que te encuentres lo meto a mi sistema.
-La música... entre más fuerte y estruendosa, mejor.

Disgustos:
-No me gusta para nada que toquen mi propiedad; esto incluye tanto objetos, como criaturas vivas.
-Si tocas la cruz de madera que llevo atada al cuello sin mi permiso, te mataré. No es ninguna clase de chiste.
-Me molesta la mala educación y los entrometidos.
-Que mi comida haga demasiado ruido cuando estamos en lugares donde podríamos ser descubiertos. Sí, algo de emoción está bien, pero no es gracioso que te interrumpan a media comida.
-Odio estar con la mente desocupada... comienzo a pensar y eso me fastidia.
-Detesto a los moralistas, pacifistas y listillos similares. Es una pasada.

Manías:
-Si me siento lo suficientemente ansiosa, preocupada o siento que estoy a punto de desbordarme con alguna clase de sentimiento o emoción, acaricio la cruz de Eleanore y eso me trae algo de paz.
-Me corto el cabello cada dos semanas, me crece muy aprisa el desgraciado.
-Si me siento incómoda con algo... tiendo a huir... o atacar, lo que sea más viable en el momento.

Otros datos:
-Puede que la sangre Lecter corra por mis venas, pero mi padre nunca lo aceptó; "Que me devoren las ratas antes de reconocer a una bastarda como tú". Bueno, no sé quién le terminó por cumplir el capricho, pero está más tieso que una piedra. Es por esto que el sacerdote me bautizó bajo la gracia de su catedral; Mischa Rochester.
-Durante mi infancia y la mayor parte de mi pubertad celebré mi natalicio el 25 de enero, fecha en la cual fui encontrada en las escaleras de la catedral. Si bien ahora no celebro ninguna fecha concreta, ni siquiera mi conversión al vampirismo, reconozco que a veces me gustaría comer una tarta o algo parecido para conmemorar fechas tan importantes. Aunque, si no es acompañada, no le veo el sentido.
-Sí, es gracioso, pero técnicamente tengo tres fechas de cumpleaños. No puedes negar que es... genial.
-¡Ah, sí! Se me olvidaba... Soy la melliza de Hannibal, hermana menor de Ademaro Lecter... Meh, una no escoge a la familia, ¿Verdad?

Las puertas siempre se abrirán para aquellos
valientes que se atrevan a llamar

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Mensaje por Nils W. McClain Jue 27 Dic 2018 - 3:04

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